La Vendimia (Otoño)



Autor: Goya - 1786-87

Medidas: Oleo - 275 x 190 cm.

Museo Del Prado - Madrid 

De nuevo recurrimos a Goya, como ya hemos hecho en La Era (Verano), para darle la bienvenida al otoño. Para ello elegimos este cartón que forma parte de una serie dedicada a las cuatro estaciones y que tenían como destino las paredes del comedor de los Príncipes de Asturias en el Palacio del Pardo, en donde nunca llegó a ser colocado y donde debería formar pendant con la primavera del mismo artista.

Como ya hemos visto en El Verano, estos cartones, que en realidad son óleos sobre lienzo, proporcionaban los modelos a los artesanos tapiceros de la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara que había sido fundada en el mismo siglo unas décadas antes. Se conservan  facturas y descripciones de Goya, más como dato comercial que como título de la obra. En este caso en concreto lo describe “representa a una señora con su marido… un niño y una criada con la cesta de uvas”. El que los representados fueran los duques de Alba o Josefina Bayeu, esposa del pintor, son suposiciones posteriores.

Centrándonos ya en la obra y si nos atenemos a su composición se observa que tiene una distribución muy contrastada en planos que la aleja de la concepción neoclásica de la que arranca el pintor en sus primeros años. Por lo tanto observamos:

Un primer plano en el que domina la composición piramidal, cuyo centro es el racimo que les ofrece el hombre y el vértice es la criada que porta la cesta cuya figura se recorta sobre la luminosidad del cielo. La cesta es un auténtico bodegón por sí sola y las uvas son el centro y tema principal de la obra, por ser uno de los símbolos más utilizados como referencia al otoño.

En cuanto a los otros personajes que aparecen en este plano, se percibe sus rasgos aristocráticos, aunque el hombre sentado en el muro sobre la capa vista de majo, moda en boga en ese momento, pero la plata de las hebillas de los zapatos, el fino tejido del casaca y la rica pasamanería que adorna el atuendo, delata su estatus aristocrático. El niño también viste a la moda de estos años en que la comodidad los aleja del encorsetamiento del siglo anterior.

El segundo plano lo separa del primero, que está a un nivel más alto, un pequeño muro. En este plano intermedio aparecen los vendimiadores, uno de ellos se yergue para mirar el grupo del primer plano.

El tercer plano lo definen las montañas que descienden y se alejan desde el lateral derecho hacia el valle, quizás se trate de la Sierra de Gredos, zona conocida y frecuentada por Goya. Este fondo se completa con un cielo azul que parece envolver, junto con las montañas, un foco de luz en el que la degradación del propio azul va dando paso a los rosas, que tanto gustaban al pintor, hasta llegar al amarillo blanquecino que lo convierte en la zona más luminosa.

Todos estos colores sumados al verde del niño el amarillo del majo o el negro de la mujer crean un delicado diálogo cromático en el que los amarillos sugieren la luminosidad otoñal.

La obra, heredera aún de esa delicadeza y elegancia rococó, no oculta la maestría técnica del pintor, tanto a la hora de aplicar esa pincelada plana que rompe con carga matérica al realizar la pasamanería y adornos del traje del majo o esa concepción de plano tan contrastados que citábamos al comienzo.

 

 

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