La Adoración de los Reyes Magos
Autor: Pedro Pablo Rubens
Medidas: 345 x 488 cm. (1609 / 1628-29)
Museo del Prado
… llegando a la casa, vieron al niño con María, su madre y, de hinojos le adoraron, y, abriendo sus cofres, le ofrecieron como dones, oro, incienso y mirra (Mateo 2, 11).
La única fuente bíblica es el Evangelio de Mateo (2,1-12) aunque no aporta datos en cuanto a número, raza o edad. No será hasta el siglo IV cuando prevalezca la teoría de que eran tres. En el siglo V también se comienza a celebrar la Epifanía el 6 de enero y en el siglo VI conocemos sus nombres por un capitel bizantino de la iglesia de San Apolinar el Nuevo de Rávena (Italia).
Serán los evangelios apócrifos y otras leyendas las que irán enriqueciendo este episodio de la vida de Jesús que tanto éxito ha tenido a lo largo de la historia, tanto desde el punto de vista religioso como artístico, aunque evidentemente el segundo se debe al primero.
La Adoración de los Reyes Magos de Rubens que vamos a ver hoy, el fresco de El Cortejo de los Reyes Magos de Benozo Gonzzoli y quizás también la del Bosco del Museo del Prado, esta última más por su contenido críptico, son las obras sobre el tema de la Epifanía que más me fascinan.
La Adoración de los Reyes Magos de Rubens hoy se encuentra en el Museo del Prado, pero sin embargo fue pintada para el Salón de los Estados del Ayuntamiento de Amberes. Pronto pasó a manos del diplomático español Rodrigo de Calderón, favorito del Duque de Lerma, y que en 1621 al caer en desgracia y ser decapitado el cuadro pasó a las Colecciones Reales, lo que le permitió a Rubens en 1628 ampliarlo y retocarlo, dándole el aspecto que tiene en la actualidad.
Pedro Pablo Rubens, el artífice de tan magna obra, es una figura clave en la historia de la pintura occidental. Fue retratista, paisajista, pintor de temas religiosos y mitológicos, así como historiador o decorador. Poseía un taller con renombre en toda Europa por su calidad y la especialización en los diferentes temas de sus artistas, de los cuales algunos de ellos alcanzaron la fama. Él realizaba personalmente los encargos importantes. Rubens además de un gran pintor fue un hombre de amplia cultura y educación y un hábil diplomático, todo esto le permitió moverse con soltura por algunas cortes europeas en especial por la española a la que prestó algunos servicios.
La Adoración de los Reyes Magos es uno de los primeros cuadros importantes de su rica trayectoria al que el artista, como hemos visto, amplió veinte años después y en el que se aprecian hoy los costurones del añadido. Desde el punto de vista iconográfico, la obra se caracteriza por la multitud de personajes todos ellos individualizados.
El personaje principal, que es el Niño, es desplazado al ángulo inferior izquierdo. Él irradia el foco de luz principal, de él también arranca la diagonal que cruza todo el cuadro. El Niño está atendido por su solícita madre, mientras San José es esbozado entre sombras y pardos y solo la mitad de su rostro recibe cierta luz.
En el portal que los cobija contrasta la arquitectura clásica de la robusta columna con otras partes más ruinosas en las que se ha querido ver la decadencia del paganismo con la llegada de Jesús. Postrado ante el Niño el rey Melchor, de cabellera canosa y ampuloso y rico manto, ofrece al Niño el oro, símbolo de la realeza divina. Es ese presente luminoso el que llama su atención. A los pies del rey un pequeño paje con una antorcha ilumina los ricos bordados de su manto y también su propio atuendo en los ricos azules y plata y su rubia e infantil cabellera. Casi ocupando el centro de la composición está imponente Gaspar, a su lado, otro paje porta una rica caja de oro y piedras preciosas que contiene la mirra, símbolo de que el Hijo del hombre debía morir. La mirra, en la antigüedad era un ungüento funerario, por lo tanto, iba ligado a la muerte y a la resurrección. Pero lo que más llama la atención es su manto con ese rojo de reminiscencias venecianas subrayando por juegos de luces y pequeños claroscuros que atraen la mirada del espectador. Baltasar, el rey negro, con atuendo más oriental acude al portal portando el incienso considerado como purificador en los ritos de la Antigüedad. A su lado, un pequeño paje sopla para mantenerlo encendido, es este uno de los detalles más anecdóticos de la composición, junto con la natural suciedad en la planta de los pies del porteador del primer plano.
Entre los otros personajes de la escena y ante la imposibilidad del describirlos todos podemos destacar la curiosidad, así como la ruda fisonomía del soldado que está junto al Niño. Los miguelangelescos desnudos de los dos porteadores del primer término, los espléndidos caballos que se mezclan entre las figuras, resaltando el porte y elegancia del pardo del ángulo derecho o el caballo blanco, símbolo de paz, que monta el propio Rubens que no dudó en autorretratarse en el añadido de 1628 elegantemente ataviado y llevando la cadena y la espada, símbolo de aristocracia que el propio rey de España le había concedido. A su lado dos criados en sentido ascendente-descendente hacen un guiño al Incendio del Borgo de Rafael.
El cielo nocturno (parte añadida) en el que sobrevuelan dos angelillos como alusión a la divinidad, presenta veladuras de diversos tonos que se van oscureciendo y uniformando a medida que avanza hacia la derecha, poniendo las antorchas del cortejo y diminutas estrellas pequeños puntos de luz.
En esta gran composición, tanto en la primera parte realizada 1609 como en el añadido posterior, se percibe a la perfección las características esenciales del pintor que tanta repercusión tendrían en sus contemporáneos y en la pintura posterior.
Solo un genio artístico como Rubens con un dominio innato de la composición y perfeccionado en Italia, puede trabajar con esa multitud de personajes que confieren un gran dinamismo sin caer en él abigarramiento. También la diagonal principal que cruza el cuadro tan de gusto barroco establece prioridades.
La ampulosidad en las telas, en algunos gestos y cuerpos, que transmite la obra desde la primera mirada, es uno de los rasgos más valorados por los amantes del Barroco. Pero una de las notas más importantes en esta obra es el color. Admirador y estudioso del color veneciano y sobre todo de Tiziano, conocedor de la obra del Greco, se supone, por sus viajes a España le ha permitido a Rubens convertir el color en la parte fundamental de su obra, hecho que apreciamos en esta Adoración de los Reyes Magos a la que debe gran parte de su belleza por la armonía de las tonalidades o por los azules, el rojo o los amarillos de telas, joyas o adornos.
Por todas estas razones y otras muchas imposibles de enumerar, es por lo que este cuadro debe ser parada obligada de todos aquellos que visitan el Museo del Prado.