Los Pazos de Vilamarin

Existen varios estudios, algunos discrepantes, a cerca del origen de los pazos. Unos lo remontan a las villas romanas o suevas, otros a las últimas construcciones medievales o a los siglos posteriores. Como este no es el momento de sumar discrepancias ni adhesiones, solo haremos, de manera sucinta y a modo de introducción, referencia a dos aspectos fundamentales y en los que coinciden todos los investigadores.   

En primer lugar y desde el punto de vista histórico, la mayoría de los pazos tienen un denominador común que fue el convertirse en símbolo de una hidalguía enriquecida por el absentismo de la aristocracia, la cual en un primer momento se había visto obligada, por los dictámenes de la política real, a establecerse en la corte. Más tarde lo hará por propia iniciativa ante la necesidad de mantenerse cerca del poder. Esta aristocracia al marchar afora sus tierras a “señores medianeros” pertenecientes a la pequeña nobleza. Ellos a su vez subaforan las mismas tierras a los campesinos obteniendo cuantiosos beneficios que van a destinar en gran parte a la construcción de suntuosos pazos, despreocupándose, en la mayoría de los casos, de invertir en la mejora de las tierras y de los cultivos.

En segundo lugar, en los siglos XVIII y XIX la palabra “pazo” adquiere identidad con el significado que hoy conocemos y se consolida, desde el punto de vista arquitectónico, el prototipo de pazo, convirtiéndose en un símbolo de arquitectura culta. Aunque no es frecuente conocer el nombre de sus artífices, se supone que debieron ser arquitectos y maestros de oficio consolidado que probablemente se forjaron o inspiraron en la construcción de iglesias y en las grandes fábricas monásticas gallegas que durante el siglo XVII y XVIII sufrieron importantes reformas y ampliaciones. Eso lo confirma la gran habilidad de la arquitectura palacial para aprovechar sus aportaciones y manejar elementos comunes.

Con la Desamortización en el siglo XIX a esta hidalguía rural de pazo se sumará una burguesía emergente de comerciantes e industriales que imitarán su forma de vida construyendo nuevos pazos.

Las tierras de Vilamarín, junto con las de Coles, O Carballiño, Amoeiro y A Peroxa conforman la zona de la provincia donde se localizan el mayor número de pazos y casas grandes.

Los pazos de Vilamarín nacieron ligados a linajes de terratenientes y a su modo de vida, aunque en ocasiones resulta complicado seguir la genealogía de estos señores por la inexistencia de archivos y por el deterioro de las labras heráldicas que tanto ayudan. Una rica economía agraria y ganadera de la comarca, justificaría el elevado número de estas pudientes construcciones, ya que el pazo hay que entenderlo como algo más que vivienda. El pazo con todos sus anexos era el centro de la vida campesina del entorno.

Cuando se propone un recorrido por la interesante y rica arquitectura palacial de Vilamarín, la primera referencia suele ser para el que hoy conocemos como el pazo de Vilamarín. Sin embargo, esta construcción sólida y compacta nació con vocación de fortaleza cuando los tiempos eran convulsos. Ligadas sus tierras a la alta aristocracia gallega como eran los condes de Ribadavia y más tarde los de Maceda sería la familia de los de Vilamarín, cuyos escudos campan en el portón de acceso, la que le dio identidad.

Su ubicación sobre una pequeña elevación rocosa  con la que se mimetiza y su aura tardomedieval, invitan a un alto en el camino. Con el tiempo la fortaleza fue perdiendo la pesada solidez defensiva para dar paso al edificio armonioso que es hoy, sin traicionar sus orígenes. A medida que va adquiriendo un aspecto más de residencia va asumiendo elementos propios de la arquitectura de los pazos: chimeneas, lareira, dependencias y el patio interior. Este se convierte en uno de los centros focales del edificio, no solo porque aglutina todas las dependencias en torno a él, sino por su interés artístico.

A lo largo de los siglos el edificio se adaptó a los nuevos tiempos y resistió los malos, pero en todas las restauraciones que le sobrevinieron a los abandonos y destrucciones, siempre ha existido el deseo de mantener el nexo con su origen medieval que le permitió conservar una identidad propia que lo aparta del modelo tradicional de pazo.

Los restantes pazos de Vilamarín  responden a modelos que transforman y adaptan elementos  ya conocidos de la tipología constructiva palacial. A esta suelen añadir algún rasgo distintivo que le ayuda a subrayar su categoría y a diferenciarse de los de su entorno. Así sucede en los pazos de O Rego, Orbán y Tamallancos. En estos tres pazos utilizando el mismo vocabulario formal, la estética de cada uno de ellos va a variar en función de cómo utilizan, resaltan o incluso exageran elementos propios de su arquitectura.

En el pazo de O Rego (1762) un gran frontispicio barroco a la altura de la puerta principal se convierte en el protagonista. Rompe con la horizontalidad de la fachada y choca con las secciones de los demás elementos que la integran. El frontispicio, que remata muy al gusto de la época, en un juego de espirales y pináculos coronados por bolas, acoge una piedra armera con escudo acuartelado en el que aparecen las cinco cabezas de lobo colocadas en aspa de los Mosquera o el castillo de los Enríquez. Al timbre lleva un yelmo con plumaje, mientras que en los laterales lambrequines de minuciosa decoración rodean a dos flores de lis.

Carlos V en el siglo XVI, como reconocimiento a los servicios prestados a la corona, autoriza a los Taboada de Lemos a “hacer una casa y fortaleza en Orbán”. El actual pazo es heredero del solar pero no de la fábrica, ya que fue construido de nueva planta. Del anterior solo quedan vestigios simbólicos como la denominación del salón principal como cuarto del rey, en recuerdo a una hipotética visita de Carlos V, o las cadenas que unen los escudos de la entrada que hacían referencia al derecho de asilo.

El pazo de  Orbán junto con el de Vilamarín son de los que disponemos de mayor información documental que nos constata su importancia. Actualmente el edificio está restaurado pero sigue llamando la atención su lareira, la belleza de la solana con hermosa balaustrada y columnas de piedra y las incomparables vistas a bosques y pastizales, fuente de riqueza del pazo en su época de esplendor.

El elemento distintivo por excelencia del pazo de Tamallancos y que atrae las primeras miradas son sus dos grandes chimeneas barrocas, elegantes, originales y al límite de resultar excesivas si no nos remitimos a la mentalidad de la época en la que la chimenea era un elemento imperativo en la construcción como alarde de poderío. Estas contrastan con la sencillez de la fachada principal con puerta de arco de medio punto, escudo en uno de los extremos y la buena labra de la piedra.

El nuevo milenio, desaparecida ya la cultura de los pazos, le está otorgando un nuevo destino a estos edificios que aunque cambia el espíritu con que fueron concebidos, no por ello tiene por que ser contrario al respeto que todos debemos a nuestro patrimonio cultural y artístico.

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