La mujer en la escultura pública (II)

Como ya hemos visto en estas páginas en días anteriores, la figura de la mujer en la escultura pública ourensana tiene sus propios códigos. Salvo los contados casos de homenajes individuales ya citados, reivindica su presencia en los espacios públicos desde papeles genéricos o meramente decorativos, sin que ello signifique ninguna merma en la calidad artística de las obras, al contrario, este tipo de temas permite una mayor libertad al artista para llegar más fácilmente al viandante.

La escultura gallega a lo largo del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX ha utilizado el folclore como uno de sus temas de inspiración. Pero mientras la de pequeño formato tendía hacia la captación de una realidad más social, la que decora los monumentos opta por una vena mas sentimental o festiva. Los dos ejemplos con que contamos en Ourense reproducen fielmente estos rasgos. Se trata de las gallegas que decoran los monumentos a Curros Enríquez en el colegio del mismo nombre y a Lamas Carvajal, los dos en la ciudad de Ourense.

Ambas esculturas con un poco más de una década de diferencia entre ellas son obras del escultor ourensano Antonio Faílde. Las dos son de piedra y hacen referencia a personajes literarios. La primera se cree que alude a Rosa protagonista del poema A Virxen do Cristal de Curros y la segunda a A rapaza personaje popularizado por Lamas Carvajal. Ambas se representan sedentes en actitud pensativa y ensimismada. Una sostiene en su mano una rama de laurel y la otra una flor. También coinciden en que forman parte de monumentos dedicados a escritores y cuyos bustos son obra de artistas ajenos a Faílde. La diferencia entre ellas es estética. La del monumento a Curros, data de la década de los treinta y está menos lograda y tiene un canon más alargado; la otra, que junto con el personaje masculino o tío Marcos d’a Portela, custodia el busto de Lamas Carvajal, nos acerca ya a lo que serán los tipos y el canon de la futura obra de Faílde, aunque dista de la ingenuidad y la ternura de otras de sus obras.Relacionado con este apartado, aunque de una manera un tanto transversal, puede considerarse la bailarina que junto a su pareja masculina son los elementos principales del pequeño monumento dedicado al coreógrafo Rey de Viana que llevó el baile y la música gallega por medio mundo. Se trata de una obra ya de finales del siglo XX cuyo autor, el escultor Buciños, le hace perder todo el atisbo tradicional al que podía prestarse el tema para acercarla a la escultura moderna, recurriendo a la ligereza y simplificación de las formas y a ese movimiento ascendente y equilibrio límite en que capta el paso de baile de la pareja.

El mundo mítico también tiene presencia en la temática femenina de nuestra escultura. Se inicia con la imponente, pero a la vez austera, Victoria alada, la Nike griega, que Francisco Asorey labra en el duro granito gallego para sostener el cuerpo del joven moribundo del monumento A los Caídos.

Las sirenas, esos seres mitad mujer mitad animal, que inspiraron a tantos artistas de la antigüedad, se establecen en Ourense en dos parques con nombres de ríos: Miño y Barbaña. En el primero, Arturo Baltar coloca una pequeña Serea amamantando a su cría, se trata de una traducción al bronce de una obra de barro. Este cambio de material hace que se pierda parte del frescor e ingenuidad que logra el artista cuando trabaja el barro. En el parque Barbaña una juguetona y cercana Serea juega a derramar agua sobre su cuerpo con una caracola. Se trata de una obra dual hecha a cuatro manos, Acisclo Manzano moldeó su cuerpo armonioso y el pintor Xaime Quessada trabajó su larga y barroca melena.

El desnudo femenino está presente en el arte desde sus orígenes, no tenemos más que volver la mirada a las venus prehistóricas que nacieron destinadas a ejercer un papel mágico-religioso en la fertilidad de la mujer. Los desnudos de estas venus y los que en la actualidad pueblan nuestras ciudades no solo distan en el tiempo y en el aspecto formal, sino que lo hacen también, y de forma más acentuada, en el fin. Hoy su destino esencial, salvo en las ocasiones que aluden a hechos concretos, es el deleite de la belleza y el arte por el arte.

Cuando en 1996 se inaugura el parque Miño varios escultores ourensanos son invitados a realizar una obra para el recinto. Entre ellos se contó, a título póstumo, con una escultura de Antonio Faílde, se trata de un Desnudo femenino en piedra que enlaza estilísticamente con sus últimas obras en que se acentúa, si aún cabe, su interés por la figura femenina que pierde parte de los rasgos populares para dejar paso a la mujer desposeída de cualquier otro atributo que no sea su propia desnudez. Para el mismo recinto Acisclo Manzano opta por un Torso femenino de bronce de volumen y formas ligeras y ondulantes con claras reminiscencias de su etapa ibicenca en la que las formas helenísticas, el barro, la luz y el Mediterráneo eran su inspiración e imprimieron carácter a una buena parte de su obra posterior como en este caso.

Pocos años después, en 2002, el escultor Luis Borrajo realiza una Mujer desnuda para colocar en la Alameda recostada sobre una losa de granito a ras de suelo. Son los brazos sobre los que parece recaer el esfuerzo para mantener erguido el busto y las piernas flexionadas los que crean unas tensiones que dan a la figura un efecto visual dinámico. Borrajo era un escultor que siempre había trabajado alejado de los postulados figurativos, elige aquí, bien fruto del encargo o de su propio deseo, la figuración para dar vida a esta mujer de bronce que parece mostrarse al sol cuando este se encamina hacia el ocaso.

Por encima de cualquier estilo y a lo largo de los siglos el tema de la maternidad siempre ha estado presente en el arte de Occidente, ya que en esencia su origen está en la traducción plástica del pensamiento cristiano. En el último siglo el término perdió fuerza al irse desprendiendo de las connotaciones religiosas y volverse más a lo genérico, incluyendo en el concepto “maternidad” un abanico más amplio de iconografías.

En la escultura pública ourensana corresponden a Acisclo Manzano las dos obras más fieles al concepto tradicional de maternidad. En la primera, realizada en hierro, madre e hijo se funden en un gran volumen envolvente en el que las formas corporales las marcan unos pocos trazos gruesos y profundos. La casualidad hizo que fuese colocada en el lugar en que años atrás pedía limosna la mendiga que inspiró al escultor. La otra maternidad que este realiza para la ciudad es de carácter religioso: Santa María Nai. Ubicada en las proximidades del hospital del mismo nombre es de menor tamaño y con una técnica más figurativa que la anterior, porque el autor considera que al tratarse de una obra religiosa exige mayor figuración.

En ese concepto más genérico de maternidad al que hacíamos referencia se puede incluir dos obras de Buciños. Una de ellas pertenece a un grupo de encargos que el escultor realiza a finales de los ochenta para centros escolares de la provincia. La otra, instalada en el parque Miño y realizada varios años después, acusa la evolución del artista hacia la desaparición del volumen y el logro de formas más etéreas y equilibrios extremos.

Con el único fin de embellecer la plaza de Paz Novoa, nació la escultura Mujer de Xosé Cid. Se trata de una figura femenina en piedra ataviada con una ligera túnica que unas veces se ciñe a su cuerpo y otras parece escurrirse, creando un juego de sugerencias que se acentúa con el gesto indolente de sus brazos. Esta esculturahoy ya no está en la plaza para lo que fue creada y después de muchos avatares se ha colocado en otro lugar. En este apartado también estaría la obra Danzantede Ferrer.

Por último, existe un grupo en que la mujer comparte pedestal en igualdad con el hombre. Es de temática diversa y muy genérica: A la familia Camiñantes de Xosé Cid, Afamilia de César Prada o Piramo e Tisbe de Pateiro.

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