Buçaco

La sierra de Buçaco en las proximidades de Coimbra es un paraje de gran belleza natural que se fue configurando con la suma, a las especies autóctonas, de otra gran variedad de especies foráneas que en el discurrir de los siglos sus moradores, monjes y reyes, fueron aclimatando logrando una densa y variada vegetación que hace de lugar un enclave digno no sólo visitar sino también de disfrutar.

Si bien la primera impresión que produce Buçaco es el de un lugar de abundante y libre vegetación, a medida que te vas adentrando, observando e informando ves que es una perfecta simbiosis, cosa que raramente sucede, de tiempo, hombre y naturaleza.

Los parajes de Buçaco a finales del siglo XI formaban parte de un señorío perteneciente al obispado de Coimbra, aunque parece que ya en el siglo VI fue lugar elegido por aquellos que buscaban aislarse para dedicarse a la oración y al recogimiento y esto mismo fue lo que llevó ya en el siglo XVII a los Carmelitas Descalzos a hacerse con el lugar. En 1629 los Carmelitas Descalzos constituyen una comunidad construyendo un austero monasterio del que hoy se conserva sólo una parte: claustro, celdas y capilla. Llamar la atención la utilización de corcho en las puertas de las celdas o en los techos, lo que contribuye a acentuar la austeridad de lugar. Los monjes fueron los mayores artificiales de la riqueza y variedad de la flora de Buçaco. Sentían un gran respeto por la naturaleza, hasta tal extremo que tenían el compromiso, por voto, de plantar cada uno de ellos un número determinado de árboles y las talas eran muy controladas. En el tiempo que permanecieron en Buçaco, hasta la desamortización en el siglo XIX, aclimataron especies exóticas, catalogaron decenas de especies arbóreas y crearon paseos.

La exuberante vegetación de lugar no sería lo que es si no contase con la abundante presencia del agua que contribuyó a alimentar y adornar esta gran floresta. Como ejemplo de ello resulta de obligada visita Fonte Fría, cascada de seis manantiales que discurre por un lecho de piedras, vegetación y fuentes todo enmarcado por una doble escalera de piedra hasta morir en un gran estanque en el que hoy pasea su soledad un hermoso cisne.

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El siglo XIX fue un siglo de cambios que marcaría los inicios de una nueva etapa para el lugar: la invasión napoleónica en 1810 en la que Buçaco tuvo su propia batalla con dos días sangrientos el 15 y el 27 de septiembre; en 1834 la desamortización, el abandono de los monjes y las últimas décadas del siglo en el que la familia Real se reencuentra con el lugar.

El palacio-hotel de Buçaco (1888-1907) se debe al rey Carlos que muere asesinado junto a su primogénito en 1908 sin ver la obra concluida. Su sucesor Manuel II sólo llega a pasar unos días de vacaciones en 1910 ya que ese mismo año fue destituido por un golpe de Estado republicano. En 1920 la sierra y el hotel pasan a manos del Estado. Ello no es óbice para que el hotel siga funcionando por arrendamiento y sea un referente de moda y glamour.

Desde el punto de vista arquitectónico la obra fue diseñada por el arquitecto italiano Luigi Manini que también trabajó en Sintra. Éste concibe el edificio con una clara inspiración en el estilo manuelino, estilo portugués por excelencia y con la Torre de Belem de Lisboa como referente más directo. Así la esfera armilar, uno de los elementos más presentes en el manuelino, corona la torre del palacio de Buçaco, al igual que los arcos que festonean la galería, la decoración de las ventanas o las cresterías de los remates. En el exterior el edificio está revestido por piedra caliza y piedra arenisca ambas de canteras próximas. El resultado final, arquitectónicamente hablando, fue un edificio ecléctico dentro del gusto romántico de la época que desató más de una controversia por considerarlo algunos, ya en aquel momento, “trasnochado”.

El interior está en armonía con el exterior: eclecticismo e historicismo. Son de gran interés los hermosos azulejos, obra de Jorge Colaço, del hall y la escalera principal con hechos alusivos a la literatura y a la historia de Portugal y como no a la batalla Buçaco. Llama la atención la gran vidriera que preside las escaleras y que la enmarcan motivos vegetales y la figura medieval del trovador que se volverá a repetir. Las puertas aparecen encuadradas por decoración neomanuelina. Referencia especial también merece la decoración del salón principal, un mural de inspiración medieval de damas y trovadores sirve de fondo a una gran chimenea coronada por la figura de un trovador obra del escultor Costa Mota. Las puertas y ventanas van enmarcados con arcos de medio punto y rematadas por frontones quebrados que dan cabida en su vértice a un busto. Un gran arco decorativo, al estilo arco del triunfo, separa ambientes con un pilar y una columna pareados sosteniendo el arquitrabe a cada uno de los lados. La decoración es de clara inspiración renacentista. De los muebles llama especialmente la atención la sillería. En cuanto a los dormitorios la falta de espacio, para que pudiesen lucir los muebles en todo su esplendor, es un inconveniente.

Buçaco hoy sigue siendo un lugar muy recomendado para amantes del arte y de la naturaleza, para románticos, para estresados y para curiosos que les guste “dar razón”.

¡Ah! y por ultimo, por favor, no es bueno que el cisme este solo en esa exuberante floresta, llévenle un/a compañero/a.