El ocaso de las tarjetas de Navidad

En estos días de Navidad la Biblioteca pública de Ourense expone una muestra de tarjetas navideñas procedentes de una reciente donación. Los fondos son fruto de sesenta años de coleccionismo, correspondiendo los expuestos hoy a los años sesenta del siglo pasado. En esta década, la colección se centra en felicitaciones de familiares y amigos que, desde los lugares más diversos de la diáspora gallega como América, Suiza, Alemania, Holanda, el País Vasco o Cataluña, recordaban y felicitaban, en ocasiones con difícil ortografía, a aquellos que habían quedado en la aldea.

Se trata de tarjetas sencillas, con preferencia por temas ligados al natalicio de Jesús como el Portal o la Adoración de los Reyes Magos y si rompen con esa rutina lo hacen optando por la aldea nevada en la que sobresale la torre del campanario y algún elemento secundario como las hojas de acebo O las campanas para confirmar su finalidad navideña y de buena nueva. Estas tarjetas solían ser de precios asequibles y tamaño reducido. Las de mayor tamaño, aparte de delatar una deferencia hacia el receptor, también hacen las funciones de misivas en las que se ponía al día de los acontecimientos familiares del último año.

Si bien el contenido y la temática de las tarjetas navideñas varían según las épocas, países o destinatarios, no obstante, existe una iconografía y unos símbolos que combinados o interpretados de una u otra manera permanecen a lo largo del tiempo.

Los primeros christmas del siglo XIX se caracterizaban por la ausencia de una iconografía cristiana. En Estados Unidos San Nicolás, de la mano del escritor W. Irving primero y, años después, de la del pintor caricaturista T. Nash se transforma en Santa Claus, para volver a Europa con una nueva tierra de procedencia: el Polo Norte, fruto de una campaña publicitaria de una empresa norteamericana. Será en Francia en donde “mute” de nuevo para convertirse en Papá Noél.

Mientras los países con más arraigo católico centran sus preferencias en una temática más alusiva a la Navidad. A lo largo del siglo XX las tarjetas con su apariencia sencilla y cercana son un muestrario de escenas, personajes y símbolos que se inspiran esencialmente en el Nuevo Testamento, los evangelios apócrifos y también en la tradición. El tema del Portal, con una larga trayectoria en el arte occidental, al igual que la Adoración de los Reyes Magos este siempre de mayor suntuosidad y la costumbrista Adoración de los pastores son los preferidos. Con el tiempo, elementos simbólicos que tenían un papel secundario pasan a convertirse en tema principal. Así sucede con los ángeles músicos y cantores, la estrella de cinco puntas anunciadora de los designios de Dios e imagen de lo perfecto. El acebo, ramo de la suerte, utilizado por la Iglesia para sustituir al antiguo muérdago pagano, las piñas símbolo de inmortalidad, los velones aludiendo a la luz purificadora o las campanas, elemento litúrgico y heraldo de buena nueva.

Aunque ya en la Edad Media se utilizaban tarjetas especiales para felicitar fechas señaladas, bien es verdad, que la tarjeta navideña tal como la entendemos hoy tiene un origen más cercano. Fue en 1843 cuando el polifacético y diseñador industrial sir Henry Cole, el cual, al no disponer de tiempo para felicitar personalmente a sus amigos, mandó imprimir unas tarjetas con el mensaje “A merry christmas and happy new year” y colorearlas a mano. Algunas de estas fueron puestas a la venta por el impresor que había recibido el encargo, pero la novedad apenas tuvo repercusión y hubieron de pasar varios años para encontrar este tipo de tarjeta arraigo en la sociedad decimonónica.

En la historia de la tarjeta navideña se pueden apreciar tres etapas: origen, auge y decadencia, correspondiéndose cada una de ellas con cada uno de los tres últimos siglos.

Es ya en el último cuarto de siglo XIX cuando la función social de la tarjeta navideña está consolidada, favorecida por la aparición en 1860 de la cromolitografía, que permitia impresiones con varios colores desbancando el pintado a mano, a la vez que aumentaba y abarataba las tiradas y adquirían mayor calidad. Esto se ve reforzado por unos servicios postales más rápidos y asequibles. Hasta tal extremo despertó el interés de la clase alta y media finisecular que se estableció un protocolo sobre el orden que se debería seguir a la hora de enviarlas a conocidos y familiares.

Durante el siglo XX, las tarjetas navideñas alcanzan grandes niveles de popularidad y amplían el campo difusión, y así, del envío entre familiares y amigos se pasó a un uso más generalizado por parte de empresas, bancos o instituciones. También se empiezan a comercializar con fines benéficos siendo las más conocidas las tarjetas de Unicef que llegaron a España en 1959, diez años después de lo que lo habían hecho en Europa. A esta se sumaron las pintadas con la boca o con los pies debido a las deficiencias físicas de sus autores. Incluso algún centro comercial o alguna gran empresa patrocinaba la restauración de una obra de arte alusiva la Navidad a cambio de que ese año se convirtiese en la imagen de las tarjetas con que felicitaban a sus clientes.

Desde medianos del siglo tarjetas y calendarios, al aumentar la demanda, se habían hecho un hueco importante en la industria de las artes gráficas, habiendo artistas especializados en este tipo de ilustración. Destaca entre ellos Ferrándiz, gran conocedor del oficio, que fue un referente en los años sesenta llegando a crear escuela con una gran cantidad de imitadores.

A finales de siglo se percibe un cierto agotamiento de las formas y modelos que se había mantenido durante décadas y que ahora obligan a cambios en la temática y los mensajes. Esto coincide con la llegada del nuevo siglo que va a acentuar esos cambios a los que añadirá otros de tipo formal y de contenidos más laicos. Hay que reconocer que la primera década del siglo XXI supuso para la tarjeta navideña una cierta bocanada de libertad y modernidad que aportaba además mayor calidad y una creatividad y diseño ajeno a la tarjeta tradicional.

El año 2009 se puede tomar de una manera simbólica como el hito que marca definitivamente el ocaso de la tarjeta navideña, por un lado la fuerte crisis económica trajo la merma de calidad y número. Las tarjetas empezaron a dejar de llegar a hogares y empresas. A este hecho hay que sumar el empuje que venían ejerciendo las nuevas tecnologías y que en la presente década le asentarían el golpe definitivo a la tarjeta navideña tal como la entendíamos hasta ahora, dándose la paradoja de que si en el siglo XIX fueron los avances técnicos los que permitieron su consolidación, son ahora los avances tecnológicos del siglo XXI los que ponen fin a esta forma de recordar y acercarnos a nuestros familiares, amigos e incluso clientes. La actual sustituta de la entrañable tarjeta navideña no deja de ser algo efímero, repetitivo de móvil en móvil, de WhatsApp en WhatsApp, sin alma, solo con una tecla de reenvío.

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